No puedes querer a nadie, al menos de verdad, hasta los huesos, si no te quieres a ti misma.
No digo que yo lo haya conseguido del todo. Estoy en ello. Jamás me ha costado decirles a los demás que los adoro, que me hacen feliz, que les echo de menos. Me enseñaron a no contener ese tipo de sentimientos, a abrir la compuerta y dejarlos escapar sin contención, a llorar a lágrima viva y reírme hasta que doliera la tripa. Pero no me enseñaron cómo reírme conmigo misma, enamorarme de mis logros o sentirme orgullosa de ellos. Siempre hay un aguijón infatigable que me recuerda que no debería ser engreída, que por delante de mí van todos los demás, que no puedo quererme demasiado.
¿Cómo se logra eso? Quererse demasiado. Suena hasta algo obsceno. No creo que sea una posibilidad para mí.
Por eso, querría demostrarme a mí misma con un pequeño acto que, si no mucho, sí que estoy orgullosa por algunas victorias que he conseguido. Son noticias recientes, pero que llevan detrás el peso de un trabajo y un esfuerzo invisible, de mañanas tecleando, tardes corrigiendo y noches ideando.
El año pasado escribí en plena pandemia global y confinamiento nacional una novela. Se llama Entre dos promesas y, menos de doce meses después, está publicada. Con Selecta, un sello de PRH, y la gente la ha leído ya. Guau. La han leído y no han venido a tirarme piedras a mi casa. De hecho, me han enviado mensajes preciosos sobre ella. Me han contado cómo les ha emocionado, qué personaje es su favorito, cuánto tiempo han tardado en leerla. Y yo no puedo ser más feliz, aunque me nuble —como siempre— esa niebla que empaña los mensajes con sospechas de mentiras y me taladre ese aguijón del síndrome de la impostora.
Pero, no importa cuánto me sabotee, la realidad es que la novela está ahí, al alcance de cualquiera, y es fruto de un esfuerzo real que determinadas personas han apreciado.
Aquí está, por cierto.

«Romance histórico para jóvenes»
Por otro lado, ayer, 13 de febrero, una editorial, Dorna, anunció que en diez días empezaría la preventa de Te traeré a casa. Y resulta que esa novela corta la escribí yo. Hace todavía más tiempo, cuando la enfermedad que ha tambaleado los cimientos de nuestra sociedad “del bienestar” no existía. Es una novelette que reinterpreta uno de mis mitos favoritos, el de Orfeo y Eurídice, solo que en una ambientación cyberpunk y con dos chicas maravillosas que están, por supuesto, enamoradas hasta las trancas.

Yo llevo enamorada de la mitología griega desde que tengo memoria. Simboliza la unión que tengo con mi familia, con mi padre, con mi hermana, me lleva a las cenas de tortilla de patata mientras jugábamos a enumerar los hijos de Zeus, sus amantes, las islas en las que desembarca Ulises, las doce pruebas de Hércules. Llevo escribiendo sobre esos mitos desde entonces, y aunque autopubliqué un relato en 2020 sobre Hera, quería ir más allá. Deseaba escribir una historia más larga que consiguiera que los demás también se enamoraran de los mitos griegos. Que los leyeran desde otro prisma y entendieran mi fascinación.
Y en diez días la gente podrá decidir si quiere hacerlo, podrá reservar la novela que cuenta la historia de Lyra y Dikê. A veces me pellizco mentalmente, porque no puedo creérmelo.
Y, para finalizar, quiero recordarme que me quiero porque no me rindo. Porque, y esto me lo pregunto cada día, si saliera de mi cuerpo y me conociera… ¿me caería bien? Y, joder, la respuesta es que sí. Me sacaría de quicio a mí misma, pero pensaría que, por muchos defectos que tuviera esa chica del apellido raro, tiene una risa contagiosa, sabe muchos artículos de la Wikipedia y no se cansa de escribir. Creo que me tomaría un café conmigo y me escucharía con atención.
Eso es lo que hacemos, en el fondo, los escritores. Dejando a un lado nuestras eternas inseguridades, nos encanta escuchar nuestras propias historias. Para eso las ponemos en papel.
Así que hoy voy a decidir leer todo esto y pensar que me quiero. Un poquito.
Y que por eso estoy lista para querer a los demás.
Nos leemos~
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