Apenas comienza el libro De qué hablo cuando hablo de escribir, Murakami dice lo siguiente:
De vez en cuando llegan a mis oídos historias de amistad entre escritores. Entonces no puedo evitar pensar que solo se trata de cuentos chinos. Tal vez ocurra durante un tiempo, pero no creo que una amistad verdadera entre personas así pueda durar mucho tiempo. En esencia, los escritores somos seres egoístas, generalmente orgullosos y competitivos. Una fuerte rivalidad nos espolea día y noche. Si se reúne un grupo de escritores, seguro que se dan más casos de antipatía que de lo contrario. He vivido varias experiencias en ese sentido.
Al terminar de leer aquel párrafo, enseguida me pregunté, ¿es que yo he tenido tantísima suerte? ¿O se debe más bien al hecho de que Haruki Murakami es un autor consagrado y, además, hombre?
Por supuesto, no tengo (ni tendré) la experiencia como escritor de Murakami, pero sí puedo afirmar que tengo muchos amigos escritores; matizaré: escritoras. Algunas de mis mejores amigas lo son (hola, Andrea). Pero es cierto que hasta hace un año mis amistades que escribían, y yo misma, lo hacíamos por el simple placer de hacerlo, sin imaginar publicar (ni mucho menos).
Tras superar un enorme bloqueo lector y escritor, comencé a seguir en redes sociales a muchas escritoras que sobresalían en el panorama literario español, y me di cuenta de que el 99% eran personas cercanas, amables y generosas. Claro, que solo las conocía a través de una pantalla. ¿Serían así en la realidad?Después de intentarlo (y mucho), el 15 de octubre del año pasado leí que había sido seleccionada para una antología. Iba a conocer a algunas de las escritoras que admiraba y que habían sido amables a través de Internet. No eran mis amigas, no tenían por qué serlo, ni tampoco fingir nada, porque no me debían nada.
Pero en la presentación que siguió a ese libro (y a los siguientes, y a todo lo demás), descubrí que había una tierna sororidad entre escritoras, formara o no yo parte de ella. Había sincero compañerismo, afán de animar a las demás, de compartir desgracias y proyectos.
Sentí pena por Murakami. Es normal que él haya vivido la competitividad, el orgullo y egoísmo. Los hombres tienen como enemigos a sus propios egos. Solo hay que entrar en una librería y ver cómo se agolpan los nombres masculinos unos encima de otros. Murakami afirma en el mismo libro que los escritores creen que solo aquello que ellos mismos publican es válido y correcto. Nunca he escuchado tal afirmación de boca de una escritora. La mayoría de nosotras, tristemente, no cree al cien por cien en sí misma; la sociedad nos ha educado para ser humildes hasta la extenuación y a pedir perdón por lo que creamos y compartamos. Necesitamos apoyo, no palos en las ruedas. Y nadie nos entiende mejor que otra compañera que ha sentido el mismo desgaste, el mismo síndrome de la impostora, la misma duda al teclear.
Las escritoras que nos rodean no son enemigas, son compañeras.
Puede que eso cambie con el paso del tiempo. Puede que haya tenido suerte. Puede que las amistades que tengo (desde hace años, desde hace meses, desde hace días) con otras autoras desaparezcan como el humo, se enquisten, se enrancien. Tal vez. Pero hoy por hoy, no siento más que orgullo cuando veo a alguna escritora que conozco (aunque ella no me conozca a mí) publicar, anunciar que comienza un proyecto o que acaba de terminarlo.
Quizás se debe a que su trabajo no es para mí algo que boicotear, sino un ejemplo que seguir.

Gracias por animarme a seguir escribiendo, escritoras. Espero que las autoras sigamos demostrándole a Murakami que está equivocado.
Deja una respuesta